sábado, 17 de julio de 2010

Al borde del abismo



Entró impregnando toda mi casa con su olor a seducción.
Iluminaba toda la habitación con esa inocente sonrisa.
Desnudaba cada milímetro de mi cuerpo con su traviesa mirada.

Cada palabra que salía de su boca, era como el canto de una sirena, como el olor de una flor venenosa que, aun sabiendo el peligro, no puedes evitar.
Sabía perfectamente cual era mi punto débil y lo derrochaba cada segundo que pasaba junto a mí.
Su táctica era atacar por la espalda, inmovilizandome entre susurros prohibidos y besos indescriptibles, y una vez en sus redes, atacar con la mirada. Tenía muy claro que me perdían esos ojos de profundidad infinita, como el universo, y no dejó de torturarme con ellos...

Resbalaba sus manos por toda mi anatomía, haciendo que hasta lo mas ceñido cayese como la seda sobre mis pies, sin piedad, sin resistencia, sin argumentos que lo impidieran.
Todo pasó de ser impolutamente perfecto a ser impredeciblemente caótico. Sin tiempo de reaccionar. Habia sudor, calor de más y gemidos entrecortados por el sonido de la fricción, del roce de piel con piel, labios con labios, miradas perdidas en los ojos del otro.

Al abandonar mi cuerpo, sentí volar entre nubes de algodón y miel, con el frío de la atmósfera recorriendo mi espina dorsal, produciendo un intenso escalofrío, seguido de una sonrisa de pura satisfacción.

Al volver a la realidad y encontrar aquellas pupilas azules, creí seguir soñando.
Seguía inmersa en un cuento infinito, del que yo era protagonista. Me sentí arropada, rodeada por aquellos brazos que me hacían inmune a cualquier mal, a cualquier amenaza. No podría sentir dolor si me abrazaba de ese modo. Y así es como seguí, hasta que el sol descarado se atrevió a rozar su piel...
Seguiré soñando hasta que vuelva a llenar de luz mi habitación.

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